Llevo casi un mes perdida en una de esas ciudades de las que no logro acabar de encariñarme. En el Norte, rodeada de frío, de frío en el clima y en las fachadas de las típicas casas inglesas que se amontonan en ella. En Londres, una ciudad donde el verano apenas es un atisbo y el invierno se convierte en la vida cotidiana, la lluvia en tu única amiga, visible a través de la ventanilla de un autobús rojo que siempre va lleno. Una ciudad habitada por gentes de cientos de procedencias que quizás apenas consiguen acostumbrarse a su nueva vida o quizás consiguieron hallar en su nuevo país la felicidad que en el de origen no encontraban. Quién sabe por qué, en esta ciudad de la que muchos hablan maravillas y con la única compañía que necesitaba, no acabo de saber cómo ser feliz.
miércoles, 20 de agosto de 2008
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