A veces los días nos sorprenden y acaban regalándonos recuerdos que no esperábamos. Comienzan como cotidianos, envueltos de un color de normalidad de ésa que nos llena la boca de sabor metálico cuando no esperamos nada distinto a lo que ya conocemos. El de hoy, común a muchos, quedaba repleto del sinsentido de quien no sabe qué hacer, no tiene ganas de hacer lo que debe hacer y no acierta a saber qué es lo que quiere. Y se volvía más confuso conforme pasaban las horas y el contador marcaba cero, es decir, tiempo perdido, con lo escaso que es el que tenemos. Quizás todo esto tenga que ver con el clima, que en ocasiones se vuelve obstinado y no quiere dejar pasar el otoño de hojas secas ni siquiera cuando la primavera pasó y llega el verano.
La cuestión es que lejos de todo este devenir matutino, la tarde se hizo eco de mejores horizontes: sonaron las notas del celular, y los acordes de una voz que a veces consigue levantar el ánimo a las piedras atravesaron desde el otro lado, surtiendo su efecto sobre lo que era yo a esas horas: una piedra rígida tirada en la cama. Sin saber a cuento de qué, ni cuál era el posible remedio, intentando dormir para no soportarme.
Llegó el verano por unos instantes y al calor del sol salí de casa y la voz ya no sonaba al otro lado del celular, sino muy cerca. Y acabé compartiendo unos helados que a la vista del nuevo verano llegado por sorpresa vinieron a devolverme las horas muertas. Más tarde las horas renacían cargadas de sonrisas y gestos que llenaron los huecos vacíos que habían hecho que mi día no tuviera sentido.
La cuestión es que lejos de todo este devenir matutino, la tarde se hizo eco de mejores horizontes: sonaron las notas del celular, y los acordes de una voz que a veces consigue levantar el ánimo a las piedras atravesaron desde el otro lado, surtiendo su efecto sobre lo que era yo a esas horas: una piedra rígida tirada en la cama. Sin saber a cuento de qué, ni cuál era el posible remedio, intentando dormir para no soportarme.
Llegó el verano por unos instantes y al calor del sol salí de casa y la voz ya no sonaba al otro lado del celular, sino muy cerca. Y acabé compartiendo unos helados que a la vista del nuevo verano llegado por sorpresa vinieron a devolverme las horas muertas. Más tarde las horas renacían cargadas de sonrisas y gestos que llenaron los huecos vacíos que habían hecho que mi día no tuviera sentido.
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