sábado, 24 de mayo de 2008

De vez en cuando la vida

A veces los días nos sorprenden y acaban regalándonos recuerdos que no esperábamos. Comienzan como cotidianos, envueltos de un color de normalidad de ésa que nos llena la boca de sabor metálico cuando no esperamos nada distinto a lo que ya conocemos. El de hoy, común a muchos, quedaba repleto del sinsentido de quien no sabe qué hacer, no tiene ganas de hacer lo que debe hacer y no acierta a saber qué es lo que quiere. Y se volvía más confuso conforme pasaban las horas y el contador marcaba cero, es decir, tiempo perdido, con lo escaso que es el que tenemos. Quizás todo esto tenga que ver con el clima, que en ocasiones se vuelve obstinado y no quiere dejar pasar el otoño de hojas secas ni siquiera cuando la primavera pasó y llega el verano.
La cuestión es que lejos de todo este devenir matutino, la tarde se hizo eco de mejores horizontes: sonaron las notas del celular, y los acordes de una voz que a veces consigue levantar el ánimo a las piedras atravesaron desde el otro lado, surtiendo su efecto sobre lo que era yo a esas horas: una piedra rígida tirada en la cama. Sin saber a cuento de qué, ni cuál era el posible remedio, intentando dormir para no soportarme.
Llegó el verano por unos instantes y al calor del sol salí de casa y la voz ya no sonaba al otro lado del celular, sino muy cerca. Y acabé compartiendo unos helados que a la vista del nuevo verano llegado por sorpresa vinieron a devolverme las horas muertas. Más tarde las horas renacían cargadas de sonrisas y gestos que llenaron los huecos vacíos que habían hecho que mi día no tuviera sentido.



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