lunes, 9 de febrero de 2009

Frikismo: del ser y el debiera ser o una idea sobre los museos arqueológicos


El museo debiera ser un medio para transmitir la cultura, para enseñar/educar al público acerca de cuestiones que generalmente pasan desapercibidas. Sin embargo, muy frecuentemente esta potencialidad es desaprovechada, no ya únicamente por falta de medios, sino quizás posiblemente por falta de análisis y planificación.
Un museo debiera ir mucho más allá de servir como simple centro de almacenamiento de piezas. Todo lo contrario, es necesario que explique. Y que atraiga, no sólo por las piezas en sí contenidas, sino por lo que puede llegar a ofrecer. Sería fantástico que pudiéramos llegar a plantearnos como quehacer cotidiano la simple idea de visitar el museo para aprender sobre algún tema determinado, y más aún, sin temor a considerar la posibilidad de que la información que se nos transmite no es del todo veraz.
La exposición de un museo tendría que llegar a ser, por qué no, un espectáculo, quiero decir, una puesta en escena en toda regla, un todo organizado que ofreciera información, pero también disfrute al ciudadano. Al de diez años, al estudiante de Historia y al pensionista que se aburre. Sería un logro que tanto uno como otro, insisto, tuviera entre sus planes la visita al museo no como obligación cultural cuando visita una ciudad, sino como forma de ocupar una tarde libre. Quizás esto resulte demasiado optimista y no sea posible sin un cambio profundo de nuestra sociedad civil y nuestro sistema educativo.
No debemos olvidar en ningún momento que los objetos han sido producto de todo un proceso social y que por eso mismo no debieran aparecer como simples piezas neutrales en las vitrinas de los museos. Por ejemplo, las muestras cerámicas tal y como frecuentemente están concebidas, es decir, atendiendo únicamente a la cronología y la tipología. Puede que éstas resulten útiles a los especialistas, que pueden ver más allá de ellas gracias a los conocimientos de su investigación. Pero, el valor humano de esas cerámicas no está expuesto: el arqueólogo ya conoce al hombre que hay detrás de un ánfora cuando acude al museo. El ciudadano de a pie espera –o es de suponer que así sea- encontrarlo en él, mas cuando llega Adán sigue siendo un trozo de barro. Existe, pues, debe existir, una necesidad constante de informar, de rellenar de contenido la materia.
Para llevar a cabo esta misión quizás podríamos aprovechar la potencialidad que al respecto ofrecen los símbolos, porque éstos en su propia definición contienen la idea de poder trasladar a la persona que los contempla desde lo visible hasta lo invisible. Quizás deba ser esa la función de la pieza museística, erigirse en el símbolo de una realidad pasada. Evocarla, transmitirla.

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